Parashat Vayetzé (Bereshit 28:10 – 32:3)

פרשת ויצא      כח: י -לב: ג

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 La porción de Torah que leemos esta semana contiene el relato, o relatos, sobre el camino que hubo de recorrer el tercer patriarca, Yaakov, desde su “primer exilio” hasta el comienzo de la vía de retorno a la tierra de su heredad, donde continuó viviendo su hermano Esav. Siempre que alguien se aleja de su entorno lo hace ante la incertidumbre de cuánto tiempo transcurrirá entre su marcha y el regreso. En el caso de Yakov su madre, Rivka, le recomienda que se ausente por “algunos días” (Bereshit 27:44) pero sin embargo permanece en la casa del hermano de su madre, Laban, durante veinte años. En cualquier caso la incertidumbre con respecto al periodo que habría de permanecer lejos de las personas a quienes conocía y amaba no detuvo su paso y se condujo de manera firme. Es muy posible que la clave para comprender este comportamiento se encuentre en el comienzo de la Parashá.

 

Antes de partir y dejar atrás su tierra Yaakov es agraciado con la experiencia de una revelación durante su descanso (Bereshit 28:12-15) cuando  “Soñó con una escalera cuya base estaba en la tierra y cuya cima llegaba al cielo”. La imagen de la escalera ha sido empleada en muchas ocasiones dentro de la tradición para explicar los niveles de elevación espiritual de las personas, sin embargo también podemos preguntarnos cuál es el motivo por el que los malajim necesitaban subir y bajar empleando este artilugio, cuando podríamos intuir que esto no es así. A lo largo de los siglos se han ofrecido múltiples explicaciones sobre este hecho, muchas de ellas con un alto contenido místico.

 

Sorprendido por este sueño revelador y con la promesa de que “la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia” (Bereshit 28:13), parte Yaakov hacia la casa de Laván donde conocerá a Rajel y se enamora de ella. Realizó el patriarca un acuerdo con el hermano de su madre para que después de trabajar siete años este le entregase a Rajel como esposa, pero sin embargo Labán engañó a Yaakov y le entregó a Lea por lo que debió trabajar otros siete años hasta poder casarse con Rajel. Dejando al margen todas las consideraciones circunstanciales y derivadas del sistema patrista en el que se desarrolla el sipur, podemos destacar el siguiente pasuk: “Trabajó Yaakov por Rajel siete años, pero le parecieron unos pocos días, pues la amaba” (Bereshit 29:20).

 

Nos podemos preguntar el motivo por el que Yaakov no siente que ese tiempo se convirtió en un prolongado periodo a sus ojos, pues normalmente la estancia lejos de la persona amada puede provocar sufrimiento y ansiedad. Este relato es tal vez una lección sobre las formas que existen de sentir el amor o sobre cómo recorrer el camino hacia ese “objetivo” que todos nos marcamos en nuestras existencias y que puede encontrarse más o menos apartado. La distancia física entre dos personas que se aman puede ser enorme, pero el trecho espiritual es muy corto ya que quienes se quieren se encuentran emocionalmente muy cercanos, el objetivo de ambas personas cuando este sentimiento es sincero no es su propia satisfacción inmediata sino que existe un vínculo muy fuerte entre ellas. Lo mismo sucede con nuestras metas particulares, a veces somos conscientes de que se encuentran alejadas, pero caminamos los pasos necesarios para acercarnos a ellas, ascendemos por los peldaños de la escala que en ocasiones pueden parecernos o ser desiguales, pero al final de cada escalera una pequeña o gran meta es lograda, siendo tan importante esta como el camino que hemos recorrido hasta alcanzarla.

 

Una escalera constituye un camino, una ruta a través de la cual una persona puede acercarse a un punto, ascendiendo o descendiendo por ella. Yaakov se eleva a través de su escalera particular, evoluciona, crece, aprende a esperar y finalmente “triunfa”, pues todo el camino recorrido le convierte en una persona con un elevado nivel espiritual. Es el tercero de los patriarcas y se afirma que es la escalera que une a Avraham que representa el “jésed” (benevolencia) y Yitzjak quien representa el “din” (juicio intelectual o autocontrol), une por lo tanto el corazón y la cabeza haciendo que no resulte imposible la conexión entre ambos.

 

Eliyahu Peretz del Campo

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