Parashát Ki Tavo (Devarim 26:1 – 29:8).

septiembre 23, 2011

פרשת כי- תבוא    כו:א  -כט:ח

 

Comienza esta semana nuestra Parashá hablándonos sobre el ofrecimiento de las primicias, de los primeros frutos de la temporada. Esta mitzvá, que la tradición nos recuerda era cumplida por las personas residentes en la tierra de Israel, llevaba asociado a su cumplimiento la repetición de fórmulas rituales con las que se recordaba la soberanía de Dios y también se rememoraban los eventos que condujeron a la aparición del pueblo de Israel.

Encontramos también en el fragmento que estudiamos en esta semana un pasaje que ha sido durante siglos, junto con el argumento del deicidio, la base del antisemitismo en muchos lugares del mundo: “Un arameo errante era mi padre…” (Devarim 26:5-9). Sin embargo desde nuestra perspectiva podemos emplear este fragmento para recordar algunos aspectos referentes a la evolución de nuestra cultura como pueblo. Por una parte recordamos que, tal y como afirma la tradición, descendemos como pueblo de personas que practicaban el politeísmo, que debieron emigrar para subsistir,… todo esto a lo largo del tiempo ha cambiado, como muchos otros aspectos del Judaísmo. Según Maimónides (en su Guía de descarriados, libro 3, capítulo 39). “(en este pasaje)… hay asimismo una declaración de humildad… Expresa agradecimiento por la bondad de Dios y sus beneficios, para que sepa el ser humano que es parte del servicio a Dios (el agradecimiento), que cuando goza de bienestar ha de recordar sus momentos de penuria y escasez. La Torah insiste con frecuencia ´Acuérdate de que siervo fuiste…´ (Devarim 26:5-6), pues se recela de los hábitos tan corrientes de aquellos que se han criado en holgura, como son la suficiencia, la vanidad,…”.

Por lo tanto lo que es importante de este famoso fragmento es que debemos recordar que somos el fruto de una evolución que va pareja con los tiempos en que vivimos y por otra parte, que cuando somos afortunados debemos recordar que tal vez otros no lo son tanto, o que nosotros mismos podremos no serlo en algún momento, sin dejar por ello de disfrutar del buen instante que experimentamos.

Encontramos en la Parashá algo curioso e interesante, se nos expresa que las leyes de esta Torah deberán encontrarse escritas ”con mucha claridad” (Devarim 27:8), lo que significa que podrán ser leídas y comprendidas por todas y cada una de las personas. En este sentido siempre tenemos la discusión sobre el empleo de las lenguas maternas, aunque parece que en otros tiempos esta cuestión ya estaba superada.

Retornando a la idea principal que quería desarrollar, encontramos después de todo esto la enumeración de las maldiciones que se emitirán contra quienes cometan determinadas transgresiones, de estas solamente la primera habla sobre la relación de las personas con Dios y el resto lo hacen sobre las relaciones entre personas, por lo que parece que se pone énfasis en el hecho de que vivimos en el mundo con los demás y no aislados. Acto seguido aparecen las bendiciones, que se recibirán en caso de cumplir con los preceptos, que han de ser estudiadas y comprendidas en su contexto histórico y no desde nuestro punto de vista (como lo hicieron quienes quisieron sustentar el odio antijudío durante generaciones); los castigos correspondientes, como viene siendo habitual a lo largo de todo el relato, también aparecen y se concluye diciendo que esas maldiciones sucederán si no se cumple la ley “al pié de la letra” (Devarim 28:58). Pero ¿al pié de qué letra? Hace siglos nuestros sabios concluyeron que algunas de las cosas expresadas en la Torah, tales como la condena a muerte por ciertos delitos, tenían un carácter simbólico o bien que carecían de sentido en el momento en que ellos las estaban interpretando, de esta forma también sucedió con los cambios en el servicio al desaparecer el Templo, el Judaísmo siempre ha tratado de contemporaneizar el contenido ético de la Torah distinguiendo claramente entre el envoltorio y el fondo: lo realmente importante.

Nos dice, avanzando en el texto, la Torah “Cuidad pues las palabras de este pacto y cumplidlas para que prosperéis en todo que hagáis” (Devarim 29:8). Cuidar u observar (del verbo “לשמור”) implica no solamente cumplir, sino también trasladarlas al mundo en el que vivimos, sin anclarnos en la realidad de un pasado que ya no existe, para poder cumplir con “y te alegrarás (al recibir la cosecha de nuestra vida: nuestras primicias) en todas las cosas buenas que el Eterno te dio a ti y a tu familia” (Devarim 26:11). Se encuentra por lo tanto esta alegría en la posibilidad de celebrar con los demás aquello de lo que todos nos beneficiamos en conjunto.

 

Eliyahu Peretz del Campo